Un diseñador que bien vale una corona
Suelo decir
que la mejor manera de crecer es viendo cómo crecen nuestros amigos. Por eso,
para mí es un orgullo saberlo tan bien, escuchar que lo nombran y leer que lo
requieren y lo halagan.
Felipe
Varela ya llevaba consigo la importancia de su nombre cuando lo conocí y el
hecho de que su confianza y la de su familia hubieran recaído en mí para llevar
adelante uno de sus proyectos fue motivo suficiente para unirme hacia ellos en
una amistad que suma, hoy, prácticamente diez años.
Es
redundante señalar, y después de haberlo mencionado en la introducción y en
varios capítulos de mi primer libro “Entre dos lunas”, que la huella que ha
marcado la familia Varela en mi vida ha sido emblemática.
-La
diferencia radica en que yo no trabajaré para ustedes…- le dije hace algunos
años a Jacob Varela, director de comunicación de la empresa Varela- ¡Trabajaré junto
ustedes!- sentencié a manera de condición sine qua non. Y así fue.
Felipe
Varela es un diseñador volcado afectiva y talentosamente a una vocación que ha
sabido perfeccionar a lo largo de los años, confiriéndose un estilo muy
particular que se distingue de inmediato entre quienes conocemos los detalles
de la elegancia que le imprime a sus colecciones.
Hoy, pocos
días después de la proclamación del Príncipe de Asturias como rey de España, su
nombre se reconoce y se menciona mucho
más aún debido a la imagen impecable que ha sabido conferirle a Su Majestad la
reina para tal evento, convirtiéndola en uno de los mejores ejemplos de
elegancia dentro de la monarquía a nivel mundial.
Una
proclamación esperada
La mañana
del 19 de junio, que comenzó con prisas frente al televisor y en familia, ha
sido uno de los momentos históricos más importantes que nos ha tocado vivir a
lo largo de estos casi quince años que llevamos en España.
Desde muy
temprano, las galas sociales se desplegaban a lo largo de las calles de Madrid
para recibir con calidez al nuevo monarca del país: un joven y atractivo Felipe
de Borbón y Grecia se proclamaba rey tras la abdicación de su padre, Don Juan
Carlos I de Borbón, después de casi treinta y nueve años de reinado.
El interés que
suscitaba dicha proclamación en las calles de la capital era evidente y la
curiosidad se percibía a lo largo del país con un respeto lleno de expectativas
y cargado de esperanzas, ésas que compartimos todos los ciudadanos que vivimos
en este maravilloso territorio, confiando en que cualquier cambio que surja pueda
ayudar a mejorar una situación que en algunas ocasiones pesa más que en otras,
invadiendo nuestros hogares y puestos de trabajo con preocupaciones.
Sin
embargo, y ante el clamor popular por el extraordinario acontecimiento que
viviríamos en breves momentos, una especial ansiedad se adueñaba de mi atención
aquella mañana, pendiente del arribo de Sus Majestades al Palacio de la
Zarzuela. Era un fraternal interés inherente a ese rincón del corazón en el
cual atesoro a las personas que se han ganado un hueco importante en mi vida.
-¡Agustín!...
-llamé a mi hijo, mientras ultimaba los preparativos para salir hacia el
trabajo- ¡Avísame cuando veas a la reina!
Aquella
mañana llegaría puntual a trabajar, arañando sutilmente la hora de entrada y luego
de ver a la flamante reina, Da. Letizia Ortiz Rocasolano, introduciendo la
esbeltez de su figura junto a su esposo, el rey Felipe VI, en el majestuoso
salón de la Zarzuela. La admiré en la envidia más cariñosa y femenina que
prodigo cada vez que la veo.
Estaba
impecable, ostentaba una elocuente y radiante felicidad y exultaba una sobria y
acostumbrada elegancia, con un exquisito conjunto de vestido y abrigo cuya
particularidad del diseño reconocí de inmediato.
El estilismo
de la actual reina de España consistió en un vestido a la rodilla y un abrigo
en crepé de verano blanco roto con bordado degradé en cristal de rubí,
amatista, ámbar y rosa talco con microperlas crema, zapatos nude y clutch de
ante y constituyó un nuevo diseño de tantos que acostumbra a lucir, y como
modelo de excepción desde hace diez años, de un querido amigo y uno de los
diseñadores españoles más consagrados del país: Felipe Varela.
El
diseñador
Felipe Varela
procede de una familia de ocho hermanos, convertida en un equipo imbatible de
profesionales de la moda a la hora de abrir la empresa que hoy llevan adelante como
un lucrativo e inquebrantable engranaje de capacidades artísticas y
comerciales.
Se formó en
diseño, patronaje y confección en París, en el Institut Français de la Mode
(IFM) y en la elitista escuela internacional de diseño Esmod.
Antes de abrir su propia tienda trabajó con algunas
de las agujas más refinadas del mundo de la costura, como Kenzo, Lavin,
Christian Dior y Thierry Mugler.
Sus diseños,
sobrios y elegantes, se caracterizan por la sofisticada sencillez de sus líneas,
absolutamente femeninas y patrones entallados a la perfección.
Hoy alterna su
residencia entre París y Madrid, en donde posee una boutique de magníficas
dimensiones sobre la calle Ortega y Gasset, en la milla de oro madrileña del
Barrio de Salamanca, convertida en uno de los escaparates más visitados en
estos días y desde el año 2004, en el que se hubo comprometido con la Casa Real
de España para convertirse en el diseñador de la Princesa de Asturias, actual
reina consorte de España.
Pocos detalles
de la vida privada de Felipe Varela se conocen a través de la prensa porque sus
compromisos con la Casa Real le obligan a sumirse en la prudencia más austera.
Sin embargo, los que llegamos hasta él sabemos que detrás de ese silencio a la
hora de compartir los entresijos de su vida personal, debido a una educada discreción
profesional, se encuentra una persona cercana, de cualidades artísticas que
asombran a través del trabajo realizado y que ha sabido conseguir las metas que se hubo
propuesto luego de muchos estudios y años de dedicación.
Legado y
reconocimiento
Suelo visitar
asiduamente la tienda de Felipe Varela de Madrid, hacia donde voy en busca de
amigos y me permito el lujo de ser recibida como una amiga.
Gozo, además,
del enorme privilegio que me otorgan, a través de la diferencia con la que se
me obsequia: preciosas creaciones que suelo lucir en cada uno de los tantos
eventos a los que la ciudad de Málaga me convoca, con la arrogancia de una
vanidad femenina indiscutible, el cariño espontáneo y persistente de mi
agradecimiento y el orgullo de verme “vestida como una reina”, en la suerte de
una valiosa amistad nacida de una acertada oportunidad y fortalecida a través
de las diferentes situaciones de la vida.
“-¡Qué ilusión verte, Flavia!- dijo Felipe
sonriendo mientras nos esperaba al comienzo de las escaleras de uno de los
pisos de su tienda, que lucía impoluta frente a la perspectiva de los
acontecimientos.
-¡Ilusión
es la mía de estar aquí!- le contesté, radiante de poder abrazarlos nuevamente,
mientras notaba que el diseñador acariciaba con cariñoso reconocimiento la seda
del top que lucía sobre mi bronceado malagueño.
-Es
un Varela- dijo con satisfacción.
-No
podía ser menos…- contesté orgullosa mientras el resto de la familia comenzaba
a acercarse hacia nosotros.
Es
verdad que soy una individualista empedernida, a veces prefiero andar sola,
inquietante, en rincones solitarios, quizás para no ser juzgada u observada (…)
pero esa noche, en la majestuosa tienda de Felipe Varela de calle Ortega y
Gasset (…) supe el inconmensurable valor que tiene el trabajo en equipo.
La
familia Varela trabaja unida, como un puño cerrado, cada integrante aporta sus
capacidades y sus experiencias.
Son
personas estudiadas y no solo académicamente sino también educadas en el cariño
fraternal y en el convencimiento de saber que muchas manos unidas hacen más
fuerza que sólo dos y de que abrirse camino ante las adversidades es más
sencillo cuando las decisiones se comparten, las dudas se resuelven entre todos
y cuando se conocen hasta la admiración y se respetan las diferencias.
Esa
noche, Raúl y yo, los vimos trabajar juntos, en familia, con una disciplina
productiva y cariñosa y con los buenos resultados que se obtienen del esfuerzo
compartido y volvimos a Málaga con el recuerdo del glamour de una fiesta
magnífica (…) y el recuerdo imborrable de una empresa articulada a la
perfección con el mejor patrón que se pueda diseñar: el del amor de una familia
abocada por entero a vivir una vida juntos, en la productividad de los
proyectos comunes, para perfeccionar la vida y poder, tal y como lo hacemos
nosotros, disfrutar generosamente de los buenos resultados obtenidos con
quienes eligen sus corazones, para siempre.” (“Entre dos lunas”, Flavia
Catella-Ed. Vértice)
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2014/06/28/nosotros/NOS-11.html
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