El ser humano apenas pasa del suspenso
El ser humano insiste en querer ser una pieza plural, pero
apenas pasa del suspenso.
Es un secreto a voces que la sociedad está tomando matices
preocupantes. El reflejo de las actitudes se ve expuesto cada día entre las
actividades más comunes: un programa de televisión, o varios, un comentario
soez dentro de un grupo político, una decisión mal arbitrada, límites que se ignoran,
bestias salvajes que aún teniendo denuncias policiales siguen en la calle arrebatando vidas y tranquilidades, llamadas de teléfono…
Y en esto me voy a detener.
Ayer recibí una extraña llamada de teléfono. En realidad, son
asiduas las llamadas de diferentes índoles, que recibimos y que medianamente
podemos pilotear, pero la de ayer me ha dejado pensando en que nos falta muy
poco para coronarnos como los seres más insensibles del planeta, cuando menos.
Era de una asociación contra el cáncer, para agradecerme un
mensaje de colaboración que, en realidad, yo nunca había enviado, argumentando
en primera instancia que podría haberme olvidado de ese hecho, como
para poner sobre la mesa que si he estado interesada en la asociación en aquella
oportunidad (imaginaria), debería estarlo en esta nueva que me ofrecía.
Yo no había enviado ningún mensaje, nunca lo hago porque no estoy segura de adonde llegan y, visto lo
visto, y lamentándolo mucho, se ve que no estoy tan equivocada. Ese fue el hándicap con
el que no contaba la persona al otro lado del teléfono al exponer su argumento
de venta.
“No pasa nada. Le comento…”, me dijo, con ánimos de dar el paso fundamental de su llamada.
“No…. No se hace así,
no has comenzado bien. Así no es correcto”, ratifiqué, dejando en claro el
porqué de mi actitud.
Muchos dirán que es un hecho sin trascendencia, pero a mí no
me pareció tal, porque son esas pequeñas hendiduras las que provocan esta
brecha enorme que está diezmando a la sociedad.
El cáncer está masacrando no solo a ingente cantidad de
enfermos de manera dolorosa e injusta, sino también a sus familias, y amigos, y
el solo hecho de mirar a tu alrededor te impulsa lo suficiente como para querer
colaborar con una asociación, siempre que puedas y dentro de tus posibilidades;
la solidaridad no hace discriminación de ideas o actitudes bien avenidas.
Por ese motivo, valerse de un engaño, como un mensaje que
nunca fue enviado, como excusa para llamar a un número privado y solicitar
colaboración me ha parecido, y tendrán que disculparme la expresión tan anodina,
de lo más bajo que se puede caer.
Se han perdido los valores, el respeto, e incluso muchas de
las iniciativas carecen de razón o coherencia; las personas alardean de lo que
no poseen, o de lo que no son, y muchas de aquellas especialmente capaces no encuentran un lugar
porque la envidia y los celos proliferan como los días de lluvia de este otoño.
La televisión se empeña en promover que no es necesario hablar correctamente,
ni pensar, ni vestirse con propiedad, y que lo que manda es la vulgaridad, la
hipocresía, los insultos, premiándose en muchos casos la falta de reserva y educación.
Estoy cansada, asustada, y preocupada.
No sé bien hacia dónde
nos dirigimos, es imposible saberlo, pero, sin duda, quienes intentan
revertir tanta masacre intelectual están librando una batalla en solitario, y a
contracorriente.
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