Montesco. 30 años de alta costura.

Los artistas no
escatimamos a la hora de canalizar nuestras capacidades creativas; por el
contrario, las volcamos con alevosía intentando desahogarnos de inspiraciones y
llegar a conquistar una obra, aunque solo sea para dar lugar a la siguiente.
Ya cuando alguien comparte aquello que creamos y lo
disfruta, nuestra obra queda completa, y
nuestra intención no será solo la que vale, sino que se convertirá en los
cimientos de algo maravilloso que nos llenará de orgullo; compartirlo,
brindarse, ser elogiado y recibir una cálida respuesta como un abrazo que rubrique
el esfuerzo, serán los mejores premios a nuestro trabajo.

Eso hemos vivido hace
unos días, cuando la firma malagueña, Alta Costura Montesco, abrió su atelier
de par en par y regó con años de trabajo e ilusiones los opulentos salones del
Gran Hotel Miramar de la ciudad de Málaga.

No soy experta en moda,
como muchos dicen, sí soy, en cambio, una gran oidora de sueños de atelieres y
artistas de la moda, y si esa empatía me brinda algún que otro título, lo
agradezco, y lo agrego impertinente a mi currículum en el apartado secreto de
los halagos que me ayudan a sentirme fuerte y útil.
Así, en aquella tarde
del ocho de noviembre pasado, mientras la luna jugaba a dibujar con sus
reflejos volantes de agua salada sobre las playas malagueñas, hemos sido
partícipes de un despliegue de siluetas femeninas engalanadas con años de
inspiraciones trabajadas, aplicadas a través de una vocación que no deja de
despertar admiraciones a lo largo del tiempo.
Las cinturas se
estrechaban y se elevaban los hombros en chaquetas estupendas; el refinamiento
de los tejidos marcaba las formas buscando emular los dibujos del artista que
los había creado; las mangas caían en volantes sobre manos que los ondeaban en
movimientos sutiles; los cuellos se elevaban desnudos, enmarcados por las
sofisticadas líneas de los escotes; las faldas estilizaban a quienes
atravesaban el salón con la delicadeza consciente de estar luciendo algo
maravilloso, vencidas ante el estímulo de una alta costura forjada en los
devenires de la historia y obsequiada, aquella noche, como un legado que
convertía a la ocasión en una estigma de
privilegio que marcaría a muchas de aquellas modelos, para siempre.
La noche de aquel trigésimo aniversario de Alta Costura Montesco, nos dejaba dos verdades muy definidas: una de ellas es que un verdadero artista es aquel que tiene la sensibilidad de captar, a partir de algo que otros ven sencillo, una oportunidad maravillosa que generará una obra rica en matices y de exquisita armonía.
Y la segunda, es la certeza de que lo que hacemos a través de nuestras capacidades se queda en el recuerdo, engalana la vista y el tacto se alimenta de su textura, pero lo que hace el talento cuando se expresa a través del alma permanece, para siempre, en el rincón más cálido del corazón que lo recibe.
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