Harry


Me prometí a mí misma que no iba a hacerlo, que no iba a escribir ningún obituario porque sería como llamar a la puerta del dolor y abrirla de par en par para que se apropie de nosotros con todas sus comodidades. Pero, también, es verdad que el hecho de escribir lo que voy a escribir es un ejercicio liberador, y será como una carta desde mi corazón, directo hacia el suyo.
La muerte es impertinente, es cruel y demoledora, no pide permiso y no nos queda más alternativa que dejarla entrar, y se introduce dejando una estela de alientos secos, sensibilidad y descontrolada impotencia. 
Ese día que entró en casa se llevó a Harry, y nada me hubiese gustado más que enfrentarme a ella y luchar frente a frente, contra ella y contra su aborrecible impertinencia.

Sé, sin embargo, que así lo hizo mi marido, y que luchó envuelto en lágrimas buscando las fuerzas para sobrellevar una situación que amenazaba con abatirlo, pero que venció desde su amor y su devoción paternal. 
Sé que besó a Harry, que lo abrazó, que lo tomó entre sus brazos y le permitió despedirse de nuestra casa y de cada rincón que le había pertenecido durante casi diecisiete años.
Y entonces, Harry se fue.
Se apagó despacio y buenamente, tal y como había vivido, envuelto en el calor de un hogar que lo contenía y de una familia de tres que le brindó todos los abrazos y atenciones del mundo para que creciera fuerte y maravilloso. 
Fue comprendido, asistido y consentido, incluso durante esas noches en las cuales no nos dejaba dormir con sus maullidos de gatito insomne y despreocupado de la responsabilidad del resto de la manada (o sea, de nosotros).
Fue tan especial que tuvo un capítulo en mi primer libro dedicado a él, porque se lo había ganado, porque ya en esa época, más de diez años atrás, había pasado de ser una simple mascota a ser “un Harry”, un prototipo único, original e irreemplazable, y a imponer su presencia como un vástago dominante, adicto a las atenciones, a los mimos y a las diferencias.
Estábamos de viaje mi hijo y yo cuando tuvo que marcharse finalizando noviembre, y la espada que llevo abriéndome el corazón es porque no puede abrazarlo y acompañarlo durante sus últimos minutos en casa, pero el inmenso amor de mi marido y su dulce y pacífica asistencia palió con creces nuestras ausencias y nos unió a los cuatro en la distancia para compartir durante varios días el dolor de su inminente partida. 

Yo sé que Harry se marchó sabiendo que se llevaba la mitad de cada uno de nuestros corazones consigo. 
No entiendo por qué las cosas suceden de uno u otro modo, y tampoco nos corresponde preguntarlo, solo aceptar lo que sucede y dejarlo pasar. “Por algo será”, decimos, y nos consolamos.

Y talvés sea así, aunque nos pasemos el resto de nuestras vidas buscando respuestas a escondidas. 
Por eso, agradezco que después de casi diecisiete años vividos en la plenitud de un hogar creado para él, y girando en torno a él y a sus excentricidades de mascota mimada, la vida entre nosotros se le haya escapado tranquilo, acompañado por el abrazo entrañable de Raúl y los de Agustín y mío a la distancia, entre sus juguetes, y abrigado su cuerpecito delgado de años que se desvanecían por sus mantas y por alguna prenda de quienes no estábamos a su lado para que nuestro perfume lo acompañara en su viaje.
 
Hoy es natural el llanto recordando su compañía mansa y sonora, y sus reveses, la música insolente de su maullido a todas horas y su huella sobre los cojines y sofás, pero también me queda la satisfacción de que nos hemos brindado a Harry con todo lo que teníamos, y que él hizo lo mismo por nosotros. 
 
Se fue en paz, amado hasta la exageración, en respuesta a su inquebrantable fidelidad y compañía, absoluta y libre. 

 
Hoy se te extraña, querido amigo, experto “acompañador”, y espero que hayas sabido buscar, allí donde te hayan guiado, tu ventana junto al sol, tu manta cálida y perfumada de hogar y una cama que arrope tu cuerpo por las noches, y que nos reserves un sitio a tu lado porque, sea donde sea que te hayas ido, te buscaremos cuando nos toque marchar, y volveremos a reunirnos.

Incluso, estoy convencida de que nuestro encuentro será inevitable porque, cuando llegue el momento de despedirnos de la vida, si es verdad que hay que atravesar algún portal, sin duda estarás detrás de él, esperando manso y paciente nuestra llegada, como lo has hecho siempre, para abrazarnos con tus habituales maullidos de bienvenida.

Comentarios

Entradas populares